sábado, 10 de noviembre de 2012

Cristales rotos

Entonces, ella no sabía o no quería saber qué hacer. Estaba aturdida, sin fuerzas para continuar. Entre dos mundos, dos caras, dos realidades, perdida...
Los errores o las malas elecciones que se hacen en la juventud, en la escuela, no tienen importancia. Caen sobre una blanda superficie que los amortigua, evitándonos el duro impacto de la decepción. Como los ecos de una ballena en la inmensidad del océano, se sienten pero nunca son molestos. Todo fluye con lentitud, como si estuviese envuelto en una gran esfera en la que el tiempo se paralizara o lo relentizase.
Se piensa que la vida es lo que se ve, lo que se vive en ese instante, que no existe nada más. Somos como pequeños colonos al descubrir algo nuevo. Los horrores y las malas experiencias son para otros, se es inmune a lo que pueda ocurrir, o al menos, eso es lo que pensaba...
Hasta que llegó el día. El momento en el que la vida se vuelve y te observa. El instante en el que el destino decide darte a probar su dosis de amarga ponzoña. En ese momento, ella sintió como su mundo, la extensa masa de agua que la separaba del mundo, de la realidad, se desbordaba.
Fue entonces cuándo la impotencia se apoderó de sus miembros, mente, pensamientos, sentidos... Su ser a merced de todo lo que la habían defendido; el temor,el dolor, la pérdida, la ausencia, de un vacío incurable...
Se encontraba perdida y sin fuerzas, con los pedacitos de toda una vida en las manos y un lejano horizonte frente a ella. Buscó algún tipo de adhesivo para recomponer la esfera de cristal que la envolvía, pero no dio resultado. Provó crear una nueva, empezarla de nuevo, y tampoco funcionó. Las falsificaciones eran más frágiles y menos consistentes, bastaba con dar un paso para que se volvieran a caer.
Sin esfera sentía su cuerpo desnudo, el frío rozada sus frágiles y rosadas mejillas, húmedas por las lágrimas. Sus pies, descalzos, sobre la nieve que pisaba, sus manos no encontraban lugar dónde poder guarecerse. Sin abrigo ni calzado.
La desaparición no era una vía, no era un camino a seguir. Lo único que podía hacer era seguir, gateando o cojeando, con frío, nieve, sol y calor. La vida la esperaba al otro lado de la colina, con los pedazos de una vida pasada en la mano.

No hay comentarios:

Publicar un comentario